martes, 16 de agosto de 2011

Las palabras y las cosas

Este mes he estado trabajando en un proyecto con Semillas, una asociación civil cuya labor admiro profundamente. Mi trabajo consiste, entre otras cosas, en producir un documento que reúna una serie de experiencias en las que organizaciones de la sociedad civil han triunfado en su lucha por defender los derechos humanos laborales de las mujeres, en particular obreras de la maquila, empleadas domésticas o de intendencia en general y jornaleras. En fin, les ahorraré el resto de los detalles... la razón por la que escribo esto es que estoy en una encrucijada.

Para uno de los casos tengo que describir un escenario de acoso sexual laboral en donde un gerente de producción se pasaba de listo con las trabajadoras cada que le era posible. Incluso me cuentan que una de las formas más cotidianas del acoso era que, con el pretexto de verificar el trabajo de las compañeras se paraba detrás de ellas en la línea de producción y como quién dice coloquialmente les daba unos arrimones. 

Señoras y señores, ahí está el detalle. 

Estoy en pedos... y, si se me permite decirlo, estamos en pedos todos. Ese es el problema con el acoso sexual y es un problema casi semántico: el acoso sexual no se nombra, se calla, se oculta, no sé dice. Y como no estamos acostumbrados a nombrarlo más que coloquialmente (para muestra tómese el ejemplo del arrimón) cuando tiene que hablarse seriamente una se parte la cabeza encontrando la manera de explicarlo. ¿Cuál es la forma polite de decir que este cabrón les estaba arrimando el camarón a las trabajadoras cada que "supervisaba" su trabajo en la línea de producción? NO HAY -tenemos que conformarnos con una descripción timorata que no transmite del todo la situación: "le acercó el miembro"-  porque el acoso sexual es una cerdada, y como tal, las formas de nombrarlo son tan asquerosas que nos apenan y no podemos incluirlas en un texto formal. Entonces le permitimos a estas formas de acoso "no existir formalmente" y con eso, aunque no lo parezca, las estamos condonando. Así es. Hay que encontrar formas de nombrar incluso aquello que quisiéramos que no existiera para poder, de hecho, evitarlo.

En la universidad una profesora de Teoría de la Cultura nos dio a leer Problemas de lingüística general  de Émile Benveniste. En ese entonces lo aborrecí por complejo, técnico y detallista... ahora pienso que es un santo y todos deberían leerlo.